La ópera se pone seria
La famosa Reforma de Gluck en la ópera durante el periodo barroco no fue más que un intento de terminar con los excesos de los divos y divas, malacostumbrados hasta el extremo a lucirse con gorgoritos interminables.
Cuenta una anécdota que durante un ensayo un castrati, los más dados a estas coloraturas interminables, estaba cantando realmente mal. Gluck, sin pudor, le montó una bronca descomunal y el castrado le contestó: “No se preocupe, ahora estoy cantando así porque es un ensayo, pero mañana en el estreno, cuando entre con mi disfraz, usted no me reconocerá de lo bien que lo voy a hacer, ¿vale?”
Al día siguiente, cuando Gluck dirigía a la orquesta, entró disfrazado cantando igual de mal que el día anterior. Sin cortarse un pelo, y ante el asombro del público, Gluck paró la orquesta en mitad del concierto y le gritó: “¡Le reconozco perfectamente!”